Lo que escribimos es lo único que quedará de nosotros.

jueves, 30 de mayo de 2013

GRABANDO... (Cuento finalista del certamen Hijos de Mary Shelley)

Portazos, gritos… Era un ritual para nada desconocido. Ella, arrinconada en su cama, acosada por una maleta abierta y vacía sobre la que el aire enrarecido sostenía una orden muda: “llénala con lo imprescindible”. Era verdaderamente amenazadora. Aquella maleta abierta simbolizaba la rendición, el fin del único núcleo familiar que había disfrutado, el mismo que en ese instante deshilachaba sus últimos hilos de unión.
Estrechaba contra su pecho un harapiento peluche que en algún momento de su existencia había sido blanco y peludo. Desde su mente, le susurraba palabras de ánimo a ese ser inanimado. Juntos habían pasado por momentos desagradables como el que se desarrollaba aquella mañana de domingo. Acariciaba su deforme cabeza, acunándolo contra su pecho con un profundo sentimiento maternal, tratando de encontrar así serenidad entre el vocerío huracanado que asediaba su casa.
El volumen de la discusión aumentó de tal modo que logró traspasar los auriculares que inútilmente trataban de aislar a la joven.
Ésta, apretó los párpados fuertemente contra sus ojeras, y apretó aún más al peluche contra su pecho. Era algo mayor para esas cosas, pero le daba igual. El griterío llevaba un ritmo frenético, subió el volumen de la música con la esperanza de ahogar los reproches que se colaban por las aristas desocupadas del umbral de su habitación. ¿La canción? Era lo de menos. Había elegido ésa y no otra entre su selección de rock por la voz del cantante principal, desgarrada y gutural. Apenas vocalizaba, pero aquellas atronadoras cadencias eran las únicas capaces de ahogar mínimamente el estruendo de las dos bestias que se batían en el salón de su casa.
De nuevo, otro portazo. Las puertas, como ella, eran los personajes secundarios que sufrían en primera persona aquellos devastadores encuentros.
Los ojos escocían. Lágrimas dejaban tras de sí cálidos y húmedos rastros. Parecía imposible entre aquél descontrol, pero agotada, cayó rendida, sumiéndose en un profundo y reparador sueño.

Desesperación. Rabia. Súplicas ignoradas. Cuchillos afilados. Arterias interrumpidas. Silencio. Paz. Muerte.   


Despertó con el cuello rígido y dolorido. Su postura no era la más indicada para dormir, y ahora su cuerpo sufría las consecuencias, resultado de horas en mala posición.
En el horizonte, la urbe empezaba a encenderse progresivamente. Había dormido durante todo el día. Empezaba a desperezarse con actitud felina cuando algo rompió el silencio que abrazaba sus oídos; rasguños en la puerta. Supuso que después de discutir, a nadie se le ocurrió bajar al perro a la calle para que el animal desahogase su vejiga.
La maleta seguía ahí, tal y como la había dejado su padre por la mañana; abierta.
A duras penas y con gran esfuerzo logró incorporarse. Su cuerpo se quejó, obligándola a proferir un par de gemidos. Abrió la puerta a su desasosegada mascota, que buscó refugio a los pies de su dueña. Sus ojos se veían desorbitados por el terror, y en su hocico había una costra de sangre seca.
“Algo no va bien…”
Tardó un par de segundos en percatarse del putrefacto olor que en ese instante se colaba por la habitación como un fétido aliento

La fría y cenicienta luz del ocaso aportaba a la macabra escena un surrealismo propio de las escenas de terror. Ante ella, dos cuerpos inertes.
Los listones de madera del umbral cedieron como mantequilla derretida bajo la presión de sus esbeltas manos. Su garganta sufrió la quemazón propia de la náusea tras descubrir ríos de sangre empapando las sábanas, diminutas gotas en los rostros fríos y espantados, e imborrables manchas estrelladas en las paredes.

El primer impulso tras varios minutos de quietud total, fue abalanzarse hacia la puerta del piso. Tironeó nerviosamente del picaporte, al tiempo que descubría con horror los fragmentos de la llave sobresaliendo por la cerradura. Estaba atrapada en un ático con los cadáveres de sus padres en plena descomposición y en los pisos inferiores hacía meses que no habitaba ningún vecino… El pánico se apoderó de ella. Estaba atrapada.
El terror se cernía sobre sus ojos, se movía frenéticamente por toda la casa. Sopesó la huida por la única vía de escape disponible; las ventanas. El único inconveniente era que tras ese vacío, encontraría la muerte, aunque, a pesar de ello, se planteó dejarse caer por una de ellas. Los bordes de su mirada empezaban a difuminarse, se mareaba y caía… Caía…

Arrepentimiento. Dolor. Ternura. Productos de limpieza. Sangre difuminada.

La quemazón en su nariz fue la culpable de devolverla a la realidad. Un penetrante olor a amoniaco le destrozaba la pituitaria desde el interior. Con el raciocinio aún abotargado consiguió incorporarse entre arcadas y mareos. ¿Qué hacía tan de mañana tirada en el sofá? La confusión nublaba aún más, si cabe, su pensamiento.
08:00 A.M. marcaba el reloj digital del salón. Por el resquicio que quedaba libre en la puerta del cuarto de sus padres se colaban unos pálidos rayos de sol, propios de la estación invernal, tan fríos, que podrían ser bruma. La puerta estaba entreabierta. No consiguió rescatar de sus recuerdos imagen alguna, pero intuía que algo había sucedido, pues un nudo doble le atenazaba la boca del estómago. “Paranoias”, susurró desde su mente al verlos sumidos en un profundo sueño.

Era temprano, desconocía el día de la semana que vivía. En su rutina nada cambiaba de un lunes a un jueves, sufría la misma monotonía fuera un día u otro. Por lo que decidió darse el gusto de regresar al cálido abrazo de sus sábanas, y arañar un par de horas más de sueño, ya que tenía la sensación de no haber dormido apenas aquella noche. Sentía brazos y piernas agarrotados, pero no recordaba haber hecho esfuerzo alguno en días anteriores. Sin darle mucha más importancia se dejó arrastrar de nuevo por el cansancio.

Despertó a mediodía. Hasta ella llegaba el inconfundible aroma de las tostadas a punto de quemarse. “Papá anda hoy despistado…” Buscó a tientas sus pantuflas y salió a saciar el inminente apetito que despertaba en su interior.
Se lo encontró sentado de mala manera sobre un taburete en la cocina. Tenía la mirada perdida… Supuso que una mañana más se había despertado agobiado por la falta de trabajo y decidió pasar de puntillas sin llamar su atención. Rescató una tostada a medio quemar, y pegó un trago de zumo directamente del envase.
Seguía sintiéndose agotada a pesar de las horas de sueño extra de las que había disfrutado.

Con su padre en la cocina, y su madre probablemente dormida aún, aprovechó para ojear su correo y las redes sociales en las que se movía desde el ordenador que descansaba sobre la mesa. Sobre la pantalla, una pequeña webcam sujeta con una pinza. Algo llamó su atención; el piloto verde estaba encendido... Algo se revolvió en su interior. Buscó la carpeta en la que por defecto se guardaban todas y cada una de las grabaciones.
Había videollamadas privadas que nadie debería haber visto. Una punzada de vergüenza se apoderó de ella. Sintió un repentino impulso de borrarlas en un desesperado intento por hacer desaparecer ciertos datos, pero le pudo más la curiosidad de saber qué había grabado esa cámara de incógnito.

Al fin dio con la carpeta y la grabación adecuada. Recordaba esa videoconferencia, había tenido lugar la mañana de domingo en que sus padres comenzaron su discusión. Aquél bélico encuentro que temía, pusiera fin con sus puñales a la familia.  

El vídeo duraba varias horas. Adelantó la grabación en el reproductor de su ordenador hasta llegar a un punto en el que se distinguían gritos aterrorizados. La sangre se heló en sus venas cuando se vio aparecer a sí misma por los márgenes de la pantalla con los ojos en blanco, el pijama bordado con sombras intestinales, y carne inclasificable resbalando por el filo de un cuchillo entre sus manos.
Petrificada como se había quedado, continuó viendo la grabación. Volvía a aparecer varias veces. Se vio a sí misma reaccionar tras encontrar los cadáveres de sus padres, vio también cómo perdía la consciencia sobre el sofá del salón, y cómo, sonámbula, iba a la cocina y regresaba con paños y amoniaco. Se observó cómo arrastraba el cadáver de su padre hasta la cocina y escuchaba de lejos la conversación que tenía con él, simulando que desayunaban, como si todo aquello fuera parte de su rutina.

Observaba incrédula todo lo que ante sus ojos acontecía. Llevaba mucho tiempo harta de despertar los fines de semana entre griteríos acusadores. Harta de los intentos por involucrarla a favor de uno u otro… Pero jamás se creyó capaz de asesinar a sus padres –consciente o inconscientemente- en un intento de acallar sus rencillas.
Algo se removió a su espalda, alertándola de una presencia. La que un día fue su madre, pues aquél amasijo de cabello enredado y piel putrefacta no lo era en absoluto, empuñaba el mismo cuchillo de cocina que ella, horas antes, había utilizado para segar sus arterias.
El rostro, desencajado, destilaba sed de venganza. Cuando la joven quiso darse cuenta, el filo de aquél cuchillo ya hacía estragos entre sus vísceras, desgarrando tejido y bañándolo todo por la viscosidad de su sangre.

No había nadie para apagar el ordenador. La cámara continuó grabando.


Pasaron unas semanas antes de que el portero del edificio detectara la falta de movimiento en el ático y diera aviso a las autoridades. Fue necesario echar la puerta abajo, ya que las esquirlas metálicas continuaban en la cerradura, impidiendo su funcionamiento.
Los agentes encontraron a la joven en proceso de descomposición ante la pantalla de su ordenador, con el cuchillo hundido en su vientre, y una mano aún fija a su empuñadura. A sus pies, lo que quedaba de su madre.

Accionaron la reproducción del vídeo que grabó la cámara. Vieron cómo la joven se llevaba un cuchillo de la cocina tras tomar el desayuno, cómo arrastraba a su difunta madre hasta el salón, y cómo simulaba que era ella la que acababa con su vida.

martes, 28 de mayo de 2013

"Matrimonio" como eufemismo de "contrato de permanencia"

No creo en el matrimonio. Lo veo como un eufemismo de "contrato de permanencia". Como si fuera necesario atrapar los sentimientos que hay entre dos personas, en la tinta de una absurda firma sobre un documento que las instituciones reconozcan como "oficial".
Para mi no hay mayor prueba de compromiso mutuo, que cicatrizar las heridas de la persona que amas con el antiséptico más natural que existe; el cariño.
Eso, ante el sistema es poco menos que nada. Pero entre dos personas es el comienzo de TODO.

Puede, y sólo, puede, que alguien en el transcurso de la historia haya pensado; "oh, si me caso con él/ella tendrá motivos para quedarse a mi lado siempre. No lo perderé. No sé irá.." Craso error. Si quiere irse, una firma sobre un folio no va a impedírselo.
Y digo yo, ¿no será más lógico, darle motivos a esa persona día a día para que se quede contigo? ¿No es más fácil daros tiempo, y enredaros en vuestros propios sentimientos hasta el punto de no retorno? Sí, ese punto en el que sincronizáis tanto, que sentís como uno sólo.

Esto es sólo una opinión. Y ahora, si alguien tiene algo que decir, que hable ahora o calle para siempre...

¡A las trincheras!, se avecina tormenta..

Odio los vientos fríos y racheados. Siempre traen consigo metralla de guerras pasadas. Siempre. Y siempre también lo acompaña algún tipo nuevo de munición.
No sé que será peor, si las balas antiguas que conocen mis heridas abiertas, o las nuevas, que exploran mi carne abriendo nuevos boquetes en ella.
La combinación de ambos no es letal, pero el intervalo de tiempo entre una tormenta y otra ha de ser lo suficientemente duradero como para dejar que selle al menos una cuarta parte de las heridas. Lo justo para no desangrarme por el camino...

domingo, 26 de mayo de 2013

Hay que ser un poco niños

Me paso todo el tiempo que puedo sentada en el suelo. En los andenes, en el metro, incluso en la calle. No por vagancia. No por comodidad. Simplemente me gusta verlo todo desde abajo. Pero desde una altura inferior a los demás. Me gusta porque me recuerda a cuando era niña, y entonces sí, lo veía todo desde un "abajo" inferior a los demás.

Hay cosas que sólo pueden verse a la altura del suelo, inferiorizando tu posición. Hay cosas que sólo pueden verse desde la altura de un niño, y con los ojos de estos.

jueves, 23 de mayo de 2013

Todos miramos. Pocos vemos realmente.

Esa chica que se sienta en frente a mi quiere parecer fuerte, segura de sí msima y con carácter. Entre sus amistades es la líder, pero aquí, rodeada de extraños, se esconde tras la máscara de pestañas, y enmarca su rostro con la melena que cae en una cascada castaña.
Necesita gafas para ver correctamente, pero es una inseguridad más. Al entrar en el vagón y perder de vista a su madre, se las ha quitado de la forma más discreta y apresurada posible.
Tiene los labios preciosos, y la sonrisa le llenaría la cara. Pero el aparato corrector adosado a su dentadura es una traba más en el camino por sentirse a gusto dentro de ese pellejo.
Escribo sobre ella y probablemente lo haya notado. Pues la última vez que levanté la vista de mi cuaderno para examinarla sin discreción alguna, me ha fulminado con la mirada. Pequeña, a mi no me engañas, sé que es todo teatro...

El hombre del jersey a rayas vive en una relación sin presente ni futuro. A todas las chicas del tren nos busca rasgos comunes con la mujer de la que un día se enamoró, y que a día de hoy, para él, es poco más que una desconocida.
Se siente culpable por desnudarnos con la mirada. Se siente aún peor por no notar la erección en sus pantalones, por vernos (aun desnudas en su mente) como bellas obras de arte, y no como objetos de excitación. Sufre por quererla a ella, tan difícil a veces, y no a cualquiera de nosotras, aparentemente más sencillo. O eso se consuela pensando. Para justificar su masoquismo siguiendo al lado de la mujer que siempre le deja para mañana.

Un empleado del consorcio de transportes se rebela contra la imposición de su uniforme. Entre tanta gente no puedo verle la cara, pero sé que el color granate de su chaleco no le gusta. Tampoco el gris marengo de los pantalones de traje, y compensa ambos disgustos con unos excéntricos zapatos de piel (falsa) de serpiente, barnizados con algún sucedáneo plateado.
Realmente son unos zapatos horribles. Pero el uniforme lo es más, y casi podría decirse que consigue el objetivo de eclipsar tan horrible conjunto.

El chico negro que toca la guitarra en medio del vagón es con diferencia el tipo más feliz de todo el tren. Su delgadez, los pómulos sobresaliendo de su cara, los pantalones arrugados bajo el cinturón, esos brazos menudos... Delatan que su dieta es intermitente; come un día sí, dos días no. Pero sonríe, y le brillan los ojos. Es más feliz que nadie porque rodeado de la nada casi absoluta, ha aprendido a valorar las pocas pertenencias que posee. Porque las escasas monedas que tintinean en sus bolsillos, las ha conseguido de forma honrada, haciendo lo que realmente a él le gusta. Cantar.

10ª Jam en #DiablosAzules

El dolor de los niños que se saben abandonados. Aquellos niños que sufren cómo las personas que aman los apartan de su vida sin poder evitarlo.
Niños condenados a ser sombras de sí mismos. Sombras frías que ignoran la sensación de calidez implícita en un abrazo. Nunca van a conocer los diálogos mudos, compuestos únicamente de miradas y medias sonrisas. No van a entenderlos. Sólo saben moverse por el dolor. Están tan familiarizados con él, que nada les cuesta inflingirlo. Buscan alivio en el tormento de otros, o destruyéndose a sí mismos. Como Valeria. Pequeña muñeca rota... No es tan niña, pero aún lo parece. No está tan rota, pero sí muy mal remendada.
Toda ella cubierta de heridas-cremallera. Sus finos bracitos de porcelana recorridos por cientos de pequeñas líneas difusas. Salvo tres, en el antebrazo izquierdo, que parecen haber sido trazadas sin apoyo aparatológico de utensilios tales como reglas, escuadras o cartabones. Plasmadas con prisas sobre la carne. Con las prisas propias de alguien a quien la vida le molesta y quiere sacársela de encima. Alguien que no deseaba nacer. Alguien que hunde continuamente el acero en su piel con la esperanza de que por los orificios abiertos, borbotée ese veneno que los condena a odiarse.
Niños como Valeria, enfermos de dolor. Enfermos de sí mismos.

viernes, 17 de mayo de 2013

MADRID FUE TESTIGO

Unas ornamentadas puertas de hierro forjado marcaban la frontera que delimitaba el mundo real del que en las próximas 3 horas sería Su Mundo. Se encontraban totalmente inmersos en el desarrollo de su peculiar historia, la que habían erigido entre los dos durante los meses que pasaron hablando. Nada que no fueran ellos importaba ahora.
Aquellas noches privándose de dormir habían dado fruto, algo único estaba floreciendo. Y allí se encontraban al fin, enraizando juntos, acurrucados bajo un minúsculo paraguas verde con un ajado banco de madera a modo de maceta, nadando en la profundidad de los ojos del otro mientras sobre ellos llovían hojas, que no agua como suele ser habitual, pues sobre sus cabezas, los árboles, con el tiempo enfermaron de soledad, y necesitados de compañía habían estirado sus ramas en todas direcciones, abrazándose así los unos a los otros, creando sin proponérselo una cúpula perfecta que protegía a los dos amados de la intermitente lluvia que humedecía el aire de aquella otoñal tarde.
Ella emergió un momento de la profundidad de sus ojos, los únicos que habían logrado transmitirla seguridad. Barrió con la mirada cuanto les rodeaba, y sintió algo abriéndose paso desde su interior, exactamente la misma sensación de desgarro que la invadió apenas una semana antes; el día que lo conoció en persona, día en el que desde lo más alto de la calle Preciados fue capaz de distinguirlo entre la multitud, visiblemente nervioso e inquieto miraba alternativamente la pantalla de su teléfono móvil y la marea de rostros sin nombre que amenazaba con arrastrarlo. Cualquier intento de describir la felicidad que invadió a aquella joven tan sólo por verle de lejos, sería tiempo perdido…
Bajo la atenta mirada de los moradores habituales del Retiro, Ella regresó a su punto de partida, regresó a esos inquietos ojos grisáceos, a aquella pupila perimetrada por una aureola ámbar que desde el primer momento captó su atención. Todos nos hemos sentido desnudar con la mirada, Él no retiraba prendas en su mente, Él conseguía desnudar su alma, algo que a Ella le inquietaba y fascinaba al mismo tiempo.
Así pasaron la tarde, la última que compartirían en mucho tiempo. Conscientes del paso de las horas, bebían ávidamente de sus labios, tratando de guardar para ellos los besos suficientes para cuando llegado el momento, la sed les ahogara. Memorizaban sus rostros, detalles insignificantes incluidos. Atrapaban con la mente fotogramas para que aquella tarde, el banco, el paraguas, sus ojos y los sentimientos, no perecieran al olvido.
Madrid fue testigo de cómo se enamoraron sin remedio, fue testigo de cómo en las entrañas de Ella el amor se abrió camino.
Fue testigo también de las lágrimas de Ella, y de Él con sus suspiros ante el inevitable momento de despido.
Madrid fue testigo, de cómo Alma-dulce quería, y Música la correspondía.
Madrid de noche y mojada le llegó al corazón a nuestra joven enamorada.
Madrid y su Retiro retiraron la coraza de dos corazones heridos. Madrid les unió, y Madrid, fue testigo.

http://www.youtube.com/watch?v=qAbBYrASLbo

jueves, 16 de mayo de 2013

#MicroCuentos

-Oh, siento una presión aquí cuando te siento cerca.. Creo que me he enamorado, ¡tengo mariposas en el estómago!
-No, cielo, lo que tú tienes son gases.

lunes, 13 de mayo de 2013

Costurera a pie de trinchera

Dicen que mostrarles tus propias cicatrices a los soldados con los que compartirás campo de batalla, levanta los ánimos. Por eso de quitarles el miedo que tienen todos a resultar malheridos. Deben ver que a pesar de haberte dejado como preparado de carne picada para hamburguesa, con tiempo consigues regenerarte.
Claro que, a pesar de volver a ser de una pieza, de vez en cuando las costuras que sujetan las heridas se dan de sí. No, eso no deben saberlo. Aunque a base de remendar la misma zona, terminas por encontrar la aguja y el hilo que mejor se adaptan para devolver la carne a su sitio una vez has sangrado tus demonios.

Las batallas te enseñan cosas realmente útiles. Costura, por ejemplo.
Aunque ocasionalmente se me puede saltar algún punto de sutura (por ir con prisas), procuro no dejar marcas que se distingan a simple vista. Hay que ser cuidadoso en ese aspecto. Debilidades ante los demás, las justas.

Tantas son las veces que coses los mismos fragmentos. Una y otra vez... Que acabas por familiarizarte con ellos. Ya no te alarmas como el primer día, en el que descubres que por todo el vendaje que pongas en torno a una herida, la sangre lo traspasará. Y no. No es suficiente con cambiarlo, y a otra cosa. Dudo mucho que tras una intervención quirúrgica convencional, el cirujano te dé el alta con un vendaje simple, y te mande a casa con una herida abierta.

Quieras o no, aprendes. De las guerras se sale. Ileso no, eso es mucho pedir. De una pieza, tampoco. Pero se sale.

domingo, 12 de mayo de 2013

Mechón de pelo. Cepillo. Giro de muñeca. Pasada del secador.


Mechón de pelo. Cepillo. Giro de muñeca. Pasada del secador.
Es un autómata.
Mechón de pelo. Cepillo. Giro de muñeca. Pasada del secador.
¿Quién es esa extraña de porcelana que me mira.

Mechón de pelo. Cepillo. Giro de muñeca. Pasada del secador.

Su rostro es todo ojeras. Tiene escarchada la mirada de primavera que, intuyo, fue alguna vez deslumbrante.
Mechón de pelo. Cepillo. Giro de muñeca. Pasada del secador.
¿Pero por qué me mira? Empieza a ser incómodo... Su cuerpo está aquí y se mueve. Ella no. Ella no está aquí. Está en otro lugar.
Mechón de pelo. Cepillo. Giro de muñeca. Pasada del secador.
Quiero gritarle y sacudirla, que me lleve con ella a ese estado acorpóreo en el que se encuentra. Debe de ser delicioso rondar por el mundo libremente mientras sin conciencia u orden alguna, tu cuerpo realiza las tareas programadas para esa jornada.
Mechón de pelo. Cepillo. Giro de muñeca. Pasada del secador.
Qué envidia...
Mechón de pelo. Cepillo. Giro de muñeca. Pasada del secador.
"Celia.." ¿Qué?... ¿Quién me llama?
Mechón de pelo. Cepillo. Giro de muñeca. Pasada del secador.
"Celia.." insiste un eco lejano.
Mechón de pelo. Cepillo. Giro de muñeca. Pasada del secador.

Algo tira de mi, la voz deja de ser un eco y me taladra los oídos. "Celia bonita, baja de las nubes. Hay una clienta, deja eso y hazte cargo." Aaaanda, era la profesora... Va venga, ya voy.
Levanto un instante la mirada, y me veo; ojeras violáceas, palidez casi mortal... El verde de mis ojos se ha atenuado.
Ah, con que era yo...
Buenos días señora, ¿qué le hago?

Mechón de pelo. Cepillo. Giro de muñeca. Pasada del secador...

#MicroCuentos

"A falta de nada mejor, cúbrete de sueños."

"Joven con quemaduras de tercer grado pierde el 65% de la piel." ¿Le decimos que se cubra de sueños?

#MicroCuentos

La cabeza me da vueltas. No, no llames al exorcista.

#MicroCuentos

Cada vez que alguien confiesa no creer en la Magia, muere un hada. Cada vez que alguien pronuncia un "te quiero" sin sentirlo, muere un corazón.

#MicroCuentos

-Forense, ¿causa de la muerte?
-Se le acumularon los sentimientos que no demostró en la cavidad ventricular. Vé agente, tiene un coágulo de "te quieros" aquí mismo.

#MicroCuentos

-Te será concdido un último deseo -dijo el verdugo.
-Déjeme huir, y venga conmigo. Usted está tan condenado por sus crímenes como yo.

sábado, 11 de mayo de 2013

9ª Jam en #DiablosAzules

Os sitúo; céntrico piso de Madrid. Patio de luces chapado a la antigua. Dos pisos y tres casas por rellano. Sin ascensor.
Madre mía como me pesan las piernas... Ni que hubiera corrido una maratón... Sólo por subir las escaleras... A ver cómo me mantengo a su ritmo. Su delicioso ritmo.
Es lo que tiene follar por la mañana, ¿sabéis? La pereza no suele ser un obstáculo, pero casi que a la próxima (sí, estoy seguro de que hay próxima, y réplica de ésta). Lo que iba diciendo, a la próxima la voy a proponer el trastero como escenario. Joder, sólo hay que bajar escaleras... "Va Cari, que los cuartos subterráneos, húmedos y mugrientos tienen su morbo.." Lo más probable es que no cuele, pero por intentarlo... Y ella es aún más perezosa que yo, eh. Tanto, que vive en el portal de en frente, y el idiota que se desplaza soy yo... No me llaméis calzonazos, lo hago sólo porque sus polvos son mágicos (y eternos), como ella... Porque me encanta desayunarme sus galletas integrales en la cama, y vengarme de su pereza dejándosela llena de migas.
Espera, que me he perdido, ¿he dicho ya eso de que sus polvos son mágicos y eternos? Creo que sí. Carlos majo, háztelo mirar que ya desvarías... Es ella, que me perturba...
Ya estoy, toco el timbre y se oyen al menos 3 cerraduras abriéndose. Ella, toda para mi. Sólo por tenerla así, despeinada y recién despierta merece la pena madrugar cada mañana.
"Hola corazón. Llevas la camiseta del revés... Anda, tira pa' dentro..."

viernes, 10 de mayo de 2013

Buenos días. O, buenas noches, es relativo..

Maravilloso círculo vicioso, la sucesión de los amaneceres.
Casi las 7 de la mañana, Morfeo se ha olvidado de mi... Todo empieza a respirar, a cobrar vida.
La Sierra a lo lejos aún duerme envuelta en sábanas de niebla. Madrid se despereza, apaga sus luces para encender la rutina. Incluso un sábado.

Se me encoge el pecho... Qué tendrá Madrid, o los amaneceres... Por un momento me atrevo a pensar que es la falta de sueño. Pero no. Me niego a creer eso.
Es preciosa se ponga lo que se ponga.. Bien el vestido de noche, o esta fresca vestimenta confeccionada por los primeros rayos de sol que osan sustituir la seda negra. Es preciosa, y sólo mía. En este momento es sólo mía. La he velado toda la noche desde aquí. Qué tendrá Madrid...

sábado, 4 de mayo de 2013

La lógica de los recuerdos

Van a doler siempre, los recuerdos. Tengo algunos archivados en pequeñas cajitas. Algunas de madera y con un cierre sencillo, otras metálicas, candadas bajo llave.

A veces abro un armario, y lo veo todo tan revuelto, que sin pensarlo demasiado me pongo a ordenarlo un poco. A veces en ese armario hay alguna cajita. Y a veces, en un impulso kamikaze las abro y despliego su contenido sobre la colcha de mi cama.

La de madera duele más. Soy tonta, sé que siempre acabo llorando con esos recuerdos, y aún así insisto en revisarlos pausadamente uno por uno, con cariño incluso.
Para otros no he encontrado un recipiente adecuado, y simplemente están en unos sencillos sobres de colorines. Oh, esos también duelen a pesar de la decoración externa.
En realidad duelen todos. La cronología no tiene influencia alguna en el dolor. Los recuerdos de la caja de madera son de 3 años atrás, y aún sangran. En cambio, los encerrados en la cajita metálica son apenas de hace un año, y están bien sellados. No hay lógica alguna en el dolor. Pero realmente, ¿hay lógica en algún sitio?